¿No fue aquella vez un lector? Sí: espumante, una cómoda silla reclinable, un libro y la inmensa noche; todo para él… si es que así lo quiso. Ahora lo que veo es un escritor, ¿novato quizá?, ¿alguien aficionado como yo?
Alzo la vista y alguien mira hacia acá… no sabría decir si es con esa intriga por saber lo que hago en medio de la plaza de la ciudad escribiendo, pero creo que sí, será eso.
Estoy sentada en un banco, hay mucho viento y también hace fresco. El cielo está nublado, no se ven las estrellas… una lástima. Quizá empiece a llover más tarde, el viento es más fuerte cada vez. Estoy muy lejos del chico del lápiz así que me levanté del lugar donde estoy y me acerqué a otro banco, estaba bajo la media oscuridad de un gran árbol, la copa de éste se encontraba con otro y cubría todo el panorama del cielo, excepto una pequeña parte. Creo que tenía la forma de una galleta. Recuerdo las galletas con leche tibia… buenos tiempos aquellos. Me invade la nostalgia y quedo concentrada en la noche, en ese chistar tan natural que oigo… todo parece tranquilo y quisiera quedarme aquí… Un extraño sonido hizo que recordara que el chico del lápiz estaba a unos diez o quince pasos de mí.
No me atrevía a mirar directamente hacia él, pero lo vi de reojo. Está concentrando. Menea la cabeza, pasa la mano por su cabellera y se arregla, quizás está pensando en la palabra adecuada que vaya con lo que sea que esté escribiendo. Por la forma en que hace bailar el lápiz por su dedo diría que lo tiene en la punta de la lengua pero necesita una pequeña ayuda… quizá… quizá si me acercara… no. No puedo. Es mucho. La gente no acostumbra a que una total extraña se le acerque y pregunte por sus escritos… no. Sería cosa de metiche.
Lo miré otra vez y sólo pude contemplar su cabeza agachada, de nuevo escribiendo a todo dar, antes de que esa chispa de inspiración escapase lo plasmaba todo en el papel. El lápiz corría deprisa, muy aprisa. Desde el lado izquierdo siento una presencia, me siento incómoda por lo que volteo a ver. Es un muchacho, no tan bien parecido. Tiene un cigarrillo entre los dedos y el olor me invade… espeso y delicioso humo. A pesar de no conocernos me saluda y no hago otra cosa que saludarlo también.
El muchacho se acerca al chico del lápiz y empiezan a entablar, por lo que alcanzo a escuchar, una graciosa conversación sobre un chico que tropezó al bajar de su auto. No paraban de intercambiar palabras, recuerdos que tenían ambos en común… risas agradables al oído se percibían. No sé cómo, pero esas risas me apaciguaron, hicieron que quisiera reír también. Efecto espejo.
Recordé muchas cosas del pasado. Fue una noche de muchos, muchos recuerdos. Pude rescatar varios que me sacaron una sonrisa al imaginármelos otra vez. El poder de la mente quizá…
Ya no había viento, era sólo una brisa. Una brisa que me traía recuerdos dulces, para chuparse los dedos. A su vez traía consigo un reloj. Me anunciaba que era hora de volver. Me levanté de aquel banco y miré directamente hacia esos dos extraños que de alguna forma hicieron que mi velada fuera de una manera que no pensaba que terminaría. Dos extraños hicieron que de desanimada pasase a tener ganas de saltar sólo por placer y recordar que siempre hay algo por lo que sonreír.
El camino hasta casa fue largo. Al sentir de nuevo el viento, esta vez más frío, me abrigué. Miré al cielo y le dediqué una sonrisa, sabiendo que siempre aquella estrella que más brilla serás vos, má.